viernes, 7 de junio de 2013

Hambre de personas y de historias

Marta Vidán López —muchos le llamamos Tuki— acaba de terminar Periodismo en FCOM. Este curso ha sido la delegada de su clase. El 1 de junio, en el acto de graduación, preparó y leyó un discurso. Magnífico. Brillante. Optimista. Nada más acabar el acto, le pedimos permiso para publicarlo. 

Ilustrísima decana, claustro de profesores, compañeros de promoción, padres, familiares, queridos amigos: 

Una gran pluma y mejor persona —se refería a su gran amiga Marta Martín— me dio un consejo hace tiempo: "Todo el mundo ha tenido un pez. Si los utilizas como metáfora, cualquiera entiende lo que cuentas". Así que voy a ello, porque hay mucho que decir en este momento y no siempre resulta fácil que te entiendan. Cuatro años de carrera se nos han escurrido como un pez entre las manos. Entras en la Facultad por primera vez y, para cuando quieres darte cuenta, es la última. Sin embargo, existe una manera de retener el tiempo: cambiar el agua del pez por tinta. Escribir (con el teclado, con la voz, con la cámara) es la única forma de conseguir que los momentos se impriman, que permanezcan. De hacer que piquen en el anzuelo y no se vayan del todo. 

Escribir (con las manos, con las pupilas, con los oídos) es darse cuenta de que las normas de ortografía (bendito manual del Casado) se equivocan. Periodismo debería escribirse con mayúscula siempre, no sólo cuando se refiere a la disciplina científica. Porque esa P es también la inicial de las personas, que son la esencia de esta profesión. O eso nos han hecho creer nuestros profesores, que se han empeñado en abrirnos los ojos para que lo entendamos. 

Uno nos mostró que ante la realidad hay que ordenar la mirada; enfocar la vista para descubrir lo que pocos advierten. Otro, que hay que volverla hacia la historia para entender el presente. Un tercero nos ayudó a comprender que las historias pequeñas son las más grandes. Con ellos empezamos a dejar de mirarnos el ombligo y a abrir las orejas para atrapar lo que los demás tienen que contar. A esperar con la caña durante horas hasta dar con eso que llaman "un tema con gancho". A escribir y a reescribir para ser justos con el relato que tenemos el privilegio de escuchar. A defender esa P de Periodismo con mayúsculas. 

Sin embargo, es fuera de las peceras (de las aulas) donde nos hemos hecho un poco menos minúsculos. Porque hemos aprendido dos cosas: a pasar hambre y a querer pasar hambre. Decir que hemos pasado hambre suena desproporcionado, lo sé. Y eso que el nombre de nuestro plan de estudios recuerda a una salsa de espaguetis. Pero una dieta a base de pinchos no es la más equilibrada. Uno también puede acostumbrarse a que el móvil le diga una noche y otra: "La alarma sonará en cinco horas". A perder la cuenta de los cafés que ha tomado a lo largo del día. A plantearse pedir al banco que le manden las cartas a la Facultad, donde hemos pasado más tiempo que en casa. A terminar los exámenes y preguntarse: "¿Qué hacía yo con mi vida cuando no tenia que estudiar?". 

Haber pasado hambre de tantas cosas (de sueño, de vida más allá del campus, de platos de cuchara y tenedor) es una ventaja. Dicen que "a río revuelto, ganancia de pescadores". Nuestro premio ha sido que nos hemos hecho fuertes. Peleones. Nos han transmitido el valor del sacrificio, de la satisfacción por el trabajo bien hecho. Nos han enseñado a llevar las ojeras con la cabeza bien alta. Pero todo ese tiempo de ordenador o cafetería ha valido la pena por una cosa: porque lo hemos exprimido con personas capaces de escribir nuestra mejor versión. De hacer que las metáforas nos salgan solas. De matarnos de risa con lo más estúpido, de tener lista la palabra que nos alivia en cada momento.  Personas capaces de hacernos capaces de cualquier cosa. De ser peces espada que luchan contra quien haga falta, incluso contra ellas mismas, con tal de tenerlas cerca. 

También he dicho que hemos aprendido a querer pasar hambre. En este caso, no hablo de los pinchos. Hablo de hambre de historias. Porque hay otra cosa equivocada en los libros. En ellos pone que existen las entrevistas, los reportajes, las columnas. Y no, no es así. Existen las conversaciones y las historias. Y también se merecen su mayúscula, por cierto. Durante cuatro años nos han puesto un cebo tras otro y ahora no nos basta con ver la superficie: queremos bucear. Hay diálogos de besugos que merecen la pena sólo por conocer al que tenemos delante. Hay noticias que no nos sacian y que nos llevan a empaparnos de un tema en una hemeroteca. Hay quien se anda con medias tintas, nos aviva la curiosidad y nos hace salirnos de nosotros mismos para conocer otras aguas. En este caso, la mayoría de las veces uno se da cuenta de que se creía un catedrático pero resulta que sólo conoce un par de charcos y tiene por delante océanos. 

Hemos aprendido a querer aprender. A que no se nos pasen las ganas de conocer. Por eso no es absurdo decir que somos peces con orejas, con orejas grandes y abiertas; peces armados con bolígrafo y libreta. Sabemos que las aguas están revueltas y que al dejar cuatro años de pecera para saltar al mar, ahora puede que sí nos toque pasar hambre. Nadie estudia Periodismo para ser un pez gordo. Por eso tampoco es absurdo confesar que vale la pena pasar hambre con tal de seguir teniendo hambre. Hambre de historias. Hambre de personas. 

Muchas gracias y enhorabuena, periodistas.

¿Una entrada del blog sin páginas? Podría suceder. Pero queremos acompañar el relato de Marta con su último trabajo periodístico. Lo realizó para su proyecto fin de carrera: Contratapa. Marta fue a Barcelona para asistir al suculento diálogo de dos grandes cronistas: Enric González y Lluis Permayer. Para leerlo muy despacio.

1 comentario:

Luzmaral dijo...

¡Increíblemente genial!
Aunque aplaudí a rabiar, me quedé con ganas de levantarme y hacer la ola o algo así. ¡Enhorabuena, Marta, y a toda tu promoción!

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