sábado, 22 de mayo de 2010

Desembarco en la profesión (9)

Nuestra protagonista de hoy es María Tejo. Lleva ya unoa cuantos años en Expansión. En su texto, nos habla de una sandía...

Doce de la mañana en la madrileña plaza mayor. Se me ha olvidado el día exacto. Pero no el cutis terso de aquella sandía que, en un día común de agosto de 2005, cayó entre mis manos, como un ángel verde. Llegó rodando desde la rampa extraíble de un camión de agricultores. Aquel mediodía un centenar de trabajadores del campo regalaba fruta para reivindicar un mayor margen de beneficios en la actividad. Las cerezas, a gramos (un puñado por persona). Y las peras y manzanas, a kilos. Y vaya si tuvo éxito la iniciativa. Bien temprano (desde las nueve y media de la mañana, según las fuentes policiales consultadas) decenas de curiosos, algunos, y astutos, los más, comenzaron a hacer corrillos en torno a la plaza, pertrechados de bolsas de plástico y carritos de la compra. Pero mi cometido no era reproducir un cuadro costumbrista. Aunque tampoco me habían encomendado otro, así que me metí en ambiente.

Los cámaras, yo por entonces era becaria en Tele 5, se hincharon a grabar albaricoques que volaban como cohetes, aunque más por diversión que por el ánimo de ver reproducidas esas serpentinas frutales en la pantalla. Es la primera regla periodística:la probabilidad de que las ruedas de prensa que cubre un becario sirvan luego para algo es diez veces menor que haya una invasión de McDonald´s en Saturno.

Así que me relajé. En la redacción nadie supo de mí hasta que, saciados el cámara y yo de participar en el Festín de Babette, decidimos regresar para no perdernos a Hilario Pino, en la edición del mediodía. En el trayecto, una llamada. Algo insólito: mi jefa, aquella que se aprendió mi nombre el último día, me comunica que está preocupada por si no llegamos a tiempo a la redacción. A la una menos diez me pide las coordenadas y le doy las que no salen en los mapas; ésas que se le ocurren a alguien que nunca antes ha pisado la Castellana (“acabo de pasar una calle muy grande y... muy ancha”).

14.15: en unos minutos, toda España verá una sandía en su televisor. ¡Es la noticia que abre el telediario! Rápido: la cinta de vídeo, el micrófono, el programa para editar y.. la segunda regla no escrita: los becarios no tienen silla propia; su índice de rotación es proporcional a sus ansias por aprender. De pronto, una voz amiga a la que ya hace tiempo que no he vuelto a escuchar: “Simplemente, hazlo”.

Y lo hice. Saqué la sandía a escena. Al fin y al cabo conocía la historia de ese ser orondo y eso era, exactamente, lo que debía contar.

Han pasado varios años desde el episodio de la sandía. Pero aún noto la espuma de su carne rosada en el paladar. Es un sabor que permanece y me recuerda, allí donde voy, que las exclusivas, las grandes noticias, en ocasiones están dormidas o arrinconadas en alguna esquina de Madrid. Vagan solas hasta que alguien las descubre, un buen día, porque ha dedicado el tiempo y la voluntad necesarias para recogerlas del suelo y echarlas a rodar.


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